in ,

Nadie Sabe (Colaboración de IREGU)

No existe oficio más difícil en este mundo que el de padre o madre y, sin embargo, no hay estudios que te preparen para eso. Tampoco existe afirmación que refleje mejor el espíritu de Nadie Sabe. Este es el caso de una historia construida en el alma inocente de cuatro niños abandonados por su madre, cuatro niños que viven en una sociedad que, mirando hacia otro lado, ignora a los más frágiles.

El director japonés Hirokazu Kore-eda propone adentrarnos en una historia de supervivencia en contra de toda esperanza situada en el extremo emocional de la vida de cuatro hermanos. El film no pretende hacernos sangrías en el ánimo, sino trabajar como poesía documental embelleciendo y armonizando el extremo realismo de la obra. La historia nos sumerge en la soledad, la infancia perdida, la experiencia límite del abandono familiar, la injusta situación de unos desprotegidos y que, a ojos del mundo, no existen. Todo esto relacionado con un halo de inocencia que se va destruyendo poco a poco y en el que cuatro niños caminan juntos hacia un destino más que sombrío.

El largometraje consigue empatizar y lo más importante, logra emocionar. La exorbitante actuación de los pequeños roza el hiperrealismo, y más todavía cuando pensamos que la película está basada en hechos reales. Se toma la inocencia como camino natural pero se rompe cuando el hermano mayor, Akira, asume su rol de adulto; el hermano pequeño, Shigeru, intenta jugar y divertirse como cualquier niño de su edad. las dos chicas, por el contrario, se presenta frágiles, tranquilas y sumisas sin dejar de autoculparse por la caótica situación que les rodea.

El film trabaja el tiempo como si corriera a la vez que los protagonistas crecen, al igual que las plantas del balcón, que nos sirven para ver la evolución de los personajes. Destacan las preciadas burbujas y momentos de felicidad que rodean a los protagonistas, esperando que algún día todo cambie gracias al apoyo mutuo, que de una manera u otra, es lo que a todos nos da fuerza para continuar.

La imagen es reforzada por la provocación de la música, música que mantiene al espectador en un estado de reflexión permanente. El director, Hirokazu Kore-eda, también relata hechos con el silencio, lo que ayuda a narrar interiormente la historia y convertir la imagen en ese poder invisible que nos mantiene en una suave espera de los próximos acontecimientos.

Nadie sabe es un punto sin retorno grabado a fuego lento, es belleza sin sabor, incomprensión y desprecio. Solo los grandes largometrajes son capaces de crear un remolino de emociones dispares al que te arrastras sin darte cuenta.

Bayside – Cult

Canciones de la Semana (IV)