El viernes 13 de noviembre los asistentes al conciertos de Eagles Of Death Metal en París sufrieron el peor de los destinos, y mi inminente viaje a la ciudad de la luz para ver a Fidlar el jueves y Wavves el domingo empezó su camino sobre el filo de una navaja. Yo, europea caucásica acomodada y conmocionada ante tal evento violento en la capital francesa tenía sentimientos encontrados: por un lado pensé en mis amigos y conocidos allí, en cómo estarían; por otro no podía dejar de leer reportajes, escuchar noticias y buscar información sobre lo que me correspondía, o sea, mi visita a las salas Le Trianon y Badaboum. En serio, me sentía fatal, lamentable y frívola.
Hasta el día de antes de coger el vuelo no supe que el concierto de Fidlar se iba al garete. Putain. Cambié mis billetes y tras una odisea sur le RER me planté en el centro de París el viernes por la tarde, a veinticuatro horas del bolazo por el cual me había desplazado.
El finde pasó y tras un paseo bajo la Torre Eiffel (hecho real y no mera literatura para embellecer la crónica) cogimos el metro hasta Bastille y caminamos dirección a la Sala Badaboum. The Videos, los teloneros punk-rockers y sucios que se colgaron la etiqueta de banda local para calentar la noche arrancaron con una actitud mucho más macarra que los californianos y un sonido más contundente, cercano al crossover en algunos temas y con un directo muy potente que finiquitaron con la poderosa «Judge». La sala ardía, y una cerveza aguada a precios estratosféricos recorría las gargantas y empezaba a dejar manchas en el suelo.

Vamos Wavves, sal a bailar. La espera fue más larga de lo deseado, yo me sentía como una adolescente: llevo bebiendo del último disco desde que salió, y el set que llevaban tocando días en su gira europea deambulaba por mi cabeza sin control. Sabía con qué canción iban a empezar y aún así quería oírla y cerciorarme de ello. A las nueve de la noche y con una grosera puntualidad empieza a sonar «Sail To The Sun» con su serenidad pre-tormenta, seguida de la infecciosa «Idiot». Se acabó el portarse bien, se acabó la calma: vamos delante. En cuestión de cinco metros se pasaba de un ambiente relajado donde disfrutar de un concierto sereno alejado de empujones a un área de la cual era difícil salir sin golpes o rasguños —justo como a mí me gusta. Primeros saltos desde el escenario, primeras birras por los aires, primeros gritos y caídas entre el encolerizado público parisino de las primeras filas. Una delicia. Durante la primera mitad del set repasan hits de sus venerados «Afraid of Heights», «So Bored» o «King Of The Beach», así como del álbum que sacaron a pachas con Cloud Nothings este verano («No Life For Me» para los despistados) y de su última creación divina, «V», recién salida del horno.
Recién rebasada la media hora de directo me asomo al escenario y veo el setlist que anuncia la inminente llegada de «Post Acid» (tema que no había encontrado en su repertorio durante mi exhaustiva investigación) al lado de los pedales de Alex Gates, lo cual sólo puede significar una locura incontrolada y coherente entre los asistentes. Y tras ella «Way Too Much», y después le rompo las gafas a un tipo y suena «Pony». El escenario medía poco más de medio metro, y esto lo sé y recuerdo aún hoy por las marcas en mis muslos. Al tipo de mi lado (que lleva una camiseta de Don Vito igual que yo, lo cual me dejó en shock durante varios temas) le han roto la camiseta de tantos tirones que se ha llevado, y aún así no deja de sonreír. Pero pese a la violencia de la escena en Badaboum, los golpes y los cuerpos sobrevolando mi cabeza casi constantemente consigo bailar como una loca pisando brasas «King Of The Beach». Y me duele todo el cuerpo, pero la calma y la melancolía de los primeros acordes de «Demon To Lean On» son irresistibles: la voz de Nathan Williams lucha por imponerse a las de todos los que gritamos las letras, y bueno, imagino que lo consigue para los del final de la sala, porque delante sólo se oye un coro de gente sudada y con los brazos levantados. Y ya casi está, «Green Eyes» y su estribillo romántico y envenenado que reza «…my own friends hate me but I don’t give a shit…» para rematar la noche y dejarnos con un sabor de boca que recuerda a la ambrosía.

Hale, nos vam… Ah no, espera: es la última fecha de su tour por Europa y Nathan quiere saltar del escenario y que le manteemos. Démosle el capricho y a casa.
Ahora sí: se acabó. Se acabó el concierto, y mi aventura parisina. Cogemos el metro de vuelta a casa, cansados, sepultados en nuestros abrigos para que el frío no haga de las suyas y se alíe con nuestro sudor para hacernos enfermar, con huellas de zapatilla en los pantalones y deseando llegar a casa para descansar y contar los moratones en nuestra piel.
«Ha merecido la pena llamar al 902 de Easyjet para cambiar los billetes y finalmente venir aquí», pienso. À bientôt, Badaboum! Espero verte pronto en las mismas.