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Bomb City. Una historia real.

Quizás hayas oído hablar de Bomb City. Quizá no. En mi caso, me tuvieron que recomendar la película para que apareciera en mi radar. No sé cuándo habría dado con ella si no llega a ser por eso. ¿Por qué digo esto? Porque tiene mucho que ver con el contenido de la película, del que tampoco habría sido consciente probablemente nunca de no ser por ella.

Dejemos claro una cosa, Bomb city es la primera película de su director, Jameson Brooks; Y, salvo un par de momentos brillantes, la película en sí misma no creo que pueda ser tildada de obra maestra del cine contemporáneo. De hecho lo que más me chocó es que, esperándome una banda sonora a la altura de los gustos musicales de los protagonistas, no se saca provecho de las inmensas posibilidades que daba la temática de esta película. Pero según la vas viendo, y pasan los minutos, y vas entendiendo la dimensión de la historia, esto va quedando un poco al margen.

Porque aunque contara con ciertos pros a nivel cinematográfico, el valor de Bomb City no estaría en la maestría de su dirección, ni en la interpretación de sus actores. Si no en la valentía de contar ESA historia.

No voy a entrar a hablar de la película en sí. Lo triste es que es más que evidente que una gran cantidad de gente no se va a sentir atraída por la trama de esta película, ni les va a importar lo que le pueda haber pasado a un punki anónimo, o puede que incluso rechacen la idea de identificarse con alguien que no entienden o incluso consideran escoria. Sabemos en qué mundo vivimos.

Y eso es lo bueno de la película. Lo necesaria que es y cómo se legitima por el mero hecho de existir.

El protagonista de esta historia, real, es Brian Deneke, un joven punk, residente en Amarillo, Texas, que en 1997 fue asesinado en una reyerta entre jóvenes. Fue un delito de odio, perpetrado por alguien tan adoctrinado por un Estado ultraconservador, que creía que era de ley defenderse de alguien que rechaza al sistema y a la autoridad. Brian sí rechazaba al sistema y a la autoridad, y ese fue el alegato de la parte defensora del asesino de Brian. Merecía morir. Por sus ideas peligrosas, por ir en contra de la sociedad. Porque no le entendemos, porque nos da miedo, porque no nos gusta como viste. Porque no es como nosotros.

Esta premisa no nos resulta desconocida, está en nuestro día a día enfrentarnos a una realidad en la que lo políticamente correcto prima y te da validez como ser humano o no. En la que por llevar ciertos pelos o cierta ropa te piden la documentación, o la policía te trata con respeto o con desprecio y brutalidad (se ve muy bien en la película). Sencillamente este caso acabó de la manera más trágica e injusta, y para hacerlo aún peor, le quitó toda la dignidad a la víctima al pintarla como alguien que se merecía ese final. Y lo más indignante es que el asesino quedó libre porque según la defensa, hizo lo correcto.

En un alarde de iluminación, Jameson Brooks crea la mejor escena de la película, que resume muy bien esta hipocresía. Hace un montaje alterno en el que la violencia de un partido de football y la de un mosh pit en un concierto son la misma. Sencillamente una nace de la competitividad y la otra de la hermandad, una es venerada y aplaudida y la otra es temida y criticada.

En la escena final (también de lo mejor de la película) se hace una última reflexión. El miedo, el odio y el rechazo al diferente ha sido el alimento de todo tipo de discriminaciones a lo largo de la historia de la humanidad. La violencia siempre ha estado ahí ¿Cuándo va a dejar de importar el aspecto que tengas? ¿Cuándo se va a entender que la escala de valores con la que mide la sociedad no es igual para todos?

Todos deberíamos conocer la historia de Brian Deneke.

Brian Deneke.

Venerea + Estúpido Yo @ Sala Trash Can (Madrid)

Wild Animals – The Hoax